Lectura y análisis del texto
El viaje sobre el tiempo o la lectura de los clásicos
Adaptación
Carlos García Gual,
catedrático de Filología Griega, considera que la crisis de las humanidades se
nota más en las aulas, pero no es sólo un fenómeno escolar, sino que "se
trata de una crisis de la lectura y de la relación con el pasado". En la
segunda conferencia del ciclo La educación que queremos, organizado por el
Grupo Santillana, García Gual analizó la trascendencia de la lectura de los
clásicos para una formación integral y como fuente de un "inmenso
placer". Éste es un extracto de la conferencia (texto completo, en www.elpais.es/p/d/debates/educa2.htm).
El arte de leer y
reinterpretar esos textos inolvidables desde nuestra perspectiva sigue siendo
el más sólido e ineludible fundamento de la formación humanística, una
educación que está marginada y angustiosamente amenazada por presiones
pragmáticas, urgencias sociales y modas pedagógicas. De modo que la enseñanza
de humanidades, en un tiempo prestigiosa, está en honda y extensa crisis. Tal
vez se nota más en nuestras aulas, pero no se trata sólo de un fenómeno
escolar. Se trata de una crisis amplia de la lectura y de la relación con el
pasado. Es el pasado el que ha perdido prestigio.
Lo que ha
consagrado y define como clásicos a determinados textos y autores es la lectura
reiterada, fervorosa y permanente de los mismos a lo largo de tiempos y
generaciones. Clásicos son aquellos libros leídos con una especial veneración a
lo largo de siglos. Un libro clásico es un texto enormemente sugestivo, que
invita a nuevas relecturas. Italo Calvino, en un estupendo ensayo recogido en
su libro Por qué leer a los clásicos, daba 14 definiciones. Me gusta
especialmente la que dice: "Un clásico es un libro que nunca termina de
decir lo que tiene que decir".
El misterioso
atractivo fundamental de esos textos reside en su inagotable capacidad de
sugerencias. Siempre se puede encontrar en ellos algo nuevo, sugerente y
aleccionador. Frente a tantos y tantos libros sólo entretenidos, ingeniosos,
eruditos o muy doctos, pero de un solo encuentro, frente a tantos papeles de
usar y tirar, los textos literarios se definen por admitir más de una
apasionada lectura. Y los clásicos invitan a relecturas incontables.
Se puede calificar
a los libros clásicos como "la literatura permanente" -según frase de
Schopenhauer-, en contraste con las lecturas de uso cotidiano y efímero, en
contraste con los best sellers y los libros de moda y de más rabiosa
actualidad. Suelen llegarnos rodeados de un prestigio y una dorada pátina
añeja, pero conservan su agudeza y su frescura por encima del tiempo. Son los
que han pervivido en los incesantes naufragios de la cultura, imponiéndose al
olvido, la censura y la desidia. Algo tienen que los hace resistentes,
necesarios, insumergibles. Son los mejores, libros "con clase", como
sugiere la etimología latina del adjetivo classicus.
Pero eso no
significa que esos textos se sitúen más allá de la historia, sino que su
recepción, su fulgor y permanencia dependen de la estima más o menos constante
de sus lectores y, por lo tanto, de las alternativas del gusto. Si se han
mantenido como clásicos es porque siguen diciendo algo valioso a muchos, como
una parte del "capital cultural" de una lengua o una nación o una
cultura.
No todos los
clásicos poseen igual grandeza ni paralelos atractivos o idénticos méritos, y
no todos están situados a la misma distancia, en el tiempo y el idioma, de la
sensibilidad del lector. Podríamos insinuar aquí una distinción sencilla entre
los clásicos universales (aunque queda bien entendido que
"universales" quiere decir los de nuestra civilización occidental) y
los nacionales (en los que el uso del propio idioma resulta un rasgo decisivo
para su valoración).
Entre los primeros
tenemos a Homero, Esquilo, Platón, Virgilio, Dante, Shakespeare, Cervantes o
Molière. Son los gigantes de la literatura, cuya obra se alza esplendorosa por
encima de su lengua, época y nación.
Los nacionales son
los mejores representantes de una lengua y cultura, pero cuya grandeza resulta
mejor valorada en su propia tradición cultural. Su uso del idioma los ha
convertido en referencias indispensables de la escuela y la literatura
nacional. Son Quevedo, Góngora, Chaucer, Sterne, Corneille, Racine, Schiller o
Pushkin.
Y quizás podemos
abrir una tercera lista, del todo subjetiva, de los clásicos que calificaríamos
de "personales". Como decía Calvino, son los que con amor has
seleccionado como "tus" clásicos, aquellos que uno considera amigos.
Leer clásicos
procura no solo conocimiento, sino también un variado, vivaz, inmenso placer.
Comunicación 5 - Santillana, pp. 12-13. García Gual, C.
(1998,27 de octubre) El viaje sobre el tiempo o la lectura de los
clásicos. El País, pp. 36-38 Adaptación